martes, 24 de noviembre de 2015

EL ÁNGEL

Cada vez que muere un niño bueno, baja del cielo un ángel de Dios Nuestro Señor, toma en brazos el cuerpecito muerto y, extendiendo sus grandes alas blancas, emprende el vuelo por encima de todos los lugares que el pequeñuelo amó, recogiendo a la vez un ramo de flores para ofrecerlas a Dios, con objeto de que luzcan allá arriba más hermosas aún que en el suelo. Nuestro Señor se aprieta contra el corazón todas aquellas flores, pero a la que más le gusta le da un beso, con lo cual ella adquiere voz y puede ya cantar en el coro de los bienaventurados.
He aquí lo que contaba un ángel de Dios Nuestro Señor mientras se llevaba al cielo a un niño muerto; y el niño lo escuchaba como en sueños. Volaron por encima de los diferentes lugares donde el pequeño había jugado, y pasaron por jardines de flores espléndidas.
-¿Cuál nos llevaremos para plantarla en el cielo? -preguntó el ángel.
Crecía allí un magnífico y esbelto rosal, pero una mano perversa había tronchado el tronco, por lo que todas las ramas, cuajadas de grandes capullos semiabiertos, colgaban secas en todas direcciones.
-¡Pobre rosal! -exclamó el niño-. Llévatelo; junto a Dios florecerá.
Y el ángel lo cogió, dando un beso al niño por sus palabras; y el pequeñuelo entreabrió los ojos.
Recogieron luego muchas flores magníficas, pero también humildes ranúnculos y violetas silvestres.
-Ya tenemos un buen ramillete -dijo el niño; y el ángel asintió con la cabeza, pero no emprendió enseguida el vuelo hacia Dios. Era de noche, y reinaba un silencio absoluto; ambos se quedaron en la gran ciudad, flotando en el aire por uno de sus angostos callejones, donde yacían montones de paja y cenizas; había habido mudanza: se veían cascos de loza, pedazos de yeso, trapos y viejos sombreros, todo ello de aspecto muy poco atractivo.
Entre todos aquellos desperdicios, el ángel señaló los trozos de un tiesto roto; de éste se había desprendido un terrón, con las raíces, de una gran flor silvestre ya seca, que por eso alguien había arrojado a la calleja.
El ángel
El ángel
-Vamos a llevárnosla -dijo el ángel-. Mientras volamos te contaré por qué.
Remontaron el vuelo, y el ángel dio principio a su relato:
-En aquel angosto callejón, en una baja bodega, vivía un pobre niño enfermo. Desde el día de su nacimiento estuvo en la mayor miseria; todo lo que pudo hacer en su vida fue cruzar su diminuto cuartucho sostenido en dos muletas; su felicidad no pasó de aquí. Algunos días de verano, unos rayos de sol entraban hasta la bodega, nada más que media horita, y entonces el pequeño se calentaba al sol y miraba cómo se transparentaba la sangre en sus flacos dedos, que mantenía levantados delante el rostro, diciendo: «Sí, hoy he podido salir». Sabía del bosque y de sus bellísimos verdores primaverales, sólo porque el hijo del vecino le traía la primera rama de haya. Se la ponía sobre la cabeza y soñaba que se encontraba debajo del árbol, en cuya copa brillaba el sol y cantaban los pájaros.
Un día de primavera, su vecinito le trajo también flores del campo, y, entre ellas venía casualmente una con la raíz; por eso la plantaron en una maceta, que colocaron junto a la cama, al lado de la ventana. Había plantado aquella flor una mano afortunada, pues, creció, sacó nuevas ramas y floreció cada año; para el muchacho enfermo fue el jardín más espléndido, su pequeño tesoro aquí en la Tierra. La regaba y cuidaba, preocupándose de que recibiese hasta el último de los rayos de sol que penetraban por la ventanuca; la propia flor formaba parte de sus sueños, pues para él florecía, para él esparcía su aroma y alegraba la vista; a ella se volvió en el momento de la muerte, cuando el Señor lo llamó a su seno. Lleva ya un año junto a Dios, y durante todo el año la plantita ha seguido en la ventana, olvidada y seca; por eso, cuando la mudanza, la arrojaron a la basura de la calle. Y ésta es la flor, la pobre florecilla marchita que hemos puesto en nuestro ramillete, pues ha proporcionado más alegría que la más bella del jardín de una reina.
-Pero, ¿cómo sabes todo esto? -preguntó el niño que el ángel llevaba al cielo.
-Lo sé -respondió el ángel-, porque yo fui aquel pobre niño enfermo que se sostenía sobre muletas. ¡Y bien conozco mi flor!
El pequeño abrió de par en par los ojos y clavó la mirada en el rostro esplendoroso del ángel; y en el mismo momento se encontraron en el Cielo de Nuestro Señor, donde reina la alegría y la bienaventuranza. Dios apretó al niño muerto contra su corazón, y al instante le salieron a éste alas como a los demás ángeles, y con ellos se echó a volar, cogido de las manos. Nuestro Señor apretó también contra su pecho todas las flores, pero a la marchita silvestre la besó, infundiéndole voz, y ella rompió a cantar con el coro de angelitos que rodean al Altísimo, algunos muy de cerca otros formando círculos en torno a los primeros, círculos que se extienden hasta el infinito, pero todos rebosantes de felicidad. Y todos cantaban, grandes y chicos, junto con el buen chiquillo bienaventurado y la pobre flor silvestre que había estado abandonada, entre la basura de la calleja estrecha y oscura, el día de la mudanza.

BAMBI

Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.
Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. “¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo”. “¿Por qué, papi?”, preguntó Bambi. Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.
Bambi
Bambi
Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: “¡Son los hombres!”, e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.
Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.
Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.

EL NABO

Hubo una vez dos hermanos que habían cumplido su servicio como soldados. El primero llegó a ser rico como un rajá, mientras que el segundo quedó más pobre que las ratas; tuvo que convertirse en labrador, limpió su terreno, lo cavó y sembró con semillas de nabo.
Pronto la semilla germinó y emergió del suelo un nabo, que fue desarrollándose hasta alcanzar un tamaño descomunal. Una vez extraído, era tan enorme que él solo llenaba una carreta, y se necesitaron dos bueyes para poder tirar de ella.
El atribulado hombre no sabía qué hacer con el nabo, hasta que pensó que si lo vendía no le darían gran cosa por él y que si lo comía tendría igual sabor que los nabos corrientes. Entonces resolvió llevárselo al rey.
Puso el gigantesco nabo en una carreta tirada por cuatro bueyes y emprendió el camino hacia el palacio real. El rey lo recibió muy amablemente y quedó asombrado al ver un nabo tan grande.
– ¡Confieso que jamás en mi vida he visto nada parecido!- dijo el soberano-. ¿De qué especie de simiente has obtenido este fruto? ¿O acaso eres un mago?
-¡Oh, no Majestad, no!- explicó el labrador-. Soy un pobre soldado que por no tener medios para vivir, he tenido que dejar el uniforme y me he metido a agricultor. Tengo un hermano que es rico y bien conocido de vuestra majestad; pero yo, como no poseo nada, he sido olvidado.
-¡Da por terminada tu pobreza desde hoy! – exclamó el rey-. Te daré tantas riquezas que no tendrás que envidiar nada a tu rico hermano.
El naboY dicho y hecho, hizo entregar al soldado-labrador tierras, caballos, bueyes, herramientas de labranza, rebaños de ovejas y un cofre que contenía monedas de oro.
Cuando el hermano rico oyó contar la inesperada fortuna de su pobre pariente, le invadió un terrible envidia, sobre todo al saber que aquélla se debía a un miserable pero enorme nabo con el que había obsequiado al rey. Creyendo capaz de hacerlo mejor, llevó de regalo al monarca los mejores caballos de su cuadra, los mejores bueyes de su establo y las más preciosas joyas de sus cofres.
El monarca aceptó los presentes y, después de reflexionar un rato, le comentó que no encontraba nada más digno para corresponder a su generosidad hacia su real persona que regalarle el nabo enorme, que suponía una gran riqueza dada su rareza.
Y así, el rico se vio obligado a cargar el nabo en su carroza y a llevárselo a su palacio. Cuando llegó, subió a su cuarto y dio rienda suelta a su rabia. determinado matar a su hermano. Con este fin ofreció una fortuna a unos malhechores y, yendo con ellos a casa de su pariente, le dijo:
-¡Mira, hermano: acabo de enterarme del lugar donde se encuentra enterrado un tesoro! Si vienes conmigo, nos lo repartiremos.
El buen hermano lo creyó sinceramente y siguió al perverso. No habían caminado cien pasos, cuando los asesinos cayeron sobre él y se dispusieron a colgarlo de un árbol. Mas cuando iban a realizar su criminal intento, se oyeron voces procedentes de la lejanía. Los malandrines metieron apresuradamente al pobre hombre dentro de un costal, colgaron a éste de una rama y lo dejaron allí abandonado.
El soldado empezó a revolverse dentro del costal, hasta que logró hacer un agujero por el cual sacó la cabeza. Vio entonces que se acercaba un estudiante.
-¿Cómo estás, estudiante?
El estudiante miró hacia arriba y quedó asombrado al ver moverse el costal y la cabeza humana que emergía. Entonces preguntó:
-¿ Cómo es que estás ahí?
-Por que he querido ser sabio.
¡Éste es el saco de la sabiduría! No llevo más que unos minutos metido en él y ya sé todo lo que se puede saber.¡Este saco hace inútiles las escuelas y los profesores!¡Dentro de cinco minutos bajaré y apabullaré a mis semejantes con mi inagotable sabiduría! Si tú deseas ocupar mi lugar unos minutos te darás cuenta de la bondad de mi costal.
El naboEl estudiante exclamó:
-¡Bendita sea la hora en que te he encontrado! ¿ Me permitirás que me meta un ratito en tu costal maravilloso?
-¡Bájame y te daré gusto!- exclamó el soldado.
El estudiante bajó el costal, lo abrió y sacó al soldado.
Luego se metió dentro del costal y le dijo:
-¡Súbeme ahora!
-¿Cómo te encuentras , camarada?¿Has aprendido ya que la sabiduría es fruto de la experiencia? ¡Quédate ahí hasta que aprendas a ser cauto!- exclamó el soldado.
Luego, montó en el caballo del estudiante y se alejó silbando. Al cabo de una hora, un joven enviado por el soldado puso en libertad al ingenuo estudiante, que efectivamente había aprendido muchas cosas, entre ellas, que siempre debe primar el sentido común.

lunes, 23 de noviembre de 2015

Juega con tus hijos almenos una hora diaria

Aunque evidentemente influyen muchos otros factores en la crianza de los hijos, establecer una estrecha relación con el niño a través de juego es un importante ingrediente.
Al menos media hora de juego cada día es la fórmula para construir una relación cercana y fuerte con el niño. Así lo asegura el psicólogo Lawrence J. Cohen, autor del best-seller ‘Playful parenting’ quien considera que el juego es un puente de entendimiento mutuo.
Para nosotros, los adultos, el juego es el descanso del trabajo, mientras que para los niños el juego es “su trabajo”. A través del juego aprenden, exploran el mundo, expresan sus emociones, se sociabilizan y aprenden a manejar las situaciones difíciles.
Jugando con ellos les acompañamos en ese proceso de descubrimiento del mundo y de ellos mismos. Es además una excelente manera de acercase a los hijos, de comprenderlos, de ponerse a su misma altura para aprender a entenderlos mejor. En definitiva, el juego es la mejor forma de conectar con ellos además de brindarles y recibir su cariño.
Diversos estudios han demostrado que las familias que han hecho del juego una base de unión con los hijos en la infancia han tenido menos problemas en la adolescencia.
Por eso, la próxima vez que vuelvas del trabajo y estés muy cansado para jugar al menos media hora con tu hijo piensa en lo enormemente beneficioso que es para ambos

APRENDEMOS CON DIVERSIÓN


DIBUJOS DE LOS NIÑOS DE LA COMUNA 20


NIÑOS DE LA COMUNA 20 CON SUS NUEVOS LIBROS




EL HONRADO LEÑADOR


El honrado leñador

Había una vez un pobre leñador que regresaba a su casa después de una jornada de duro trabajo. Al cruzar un puentecillo sobre el río, se le cayó el hacha al agua. Entonces empezó a lamentarse tristemente: ¿Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha?
Al instante ¡oh, maravilla! Una bella ninfa aparecía sobre las aguas y dijo al leñador:
Espera, buen hombre: traeré tu hacha.
Se hundió en la corriente y poco después reaparecía con un hacha de oro entre las manos. El leñador dijo que aquella no era la suya. Por segunda vez se sumergió la ninfa, para reaparecer después con otra hacha de plata.
Tampoco es la mía dijo el afligido leñador.
Por tercera vez la ninfa buscó bajo el agua. Al reaparecer llevaba un hacha de hierro.
¡Oh gracias, gracias! ¡Esa es la mía!
Pero, por tu honradez, yo te regalo las otras dos. Has preferido la pobreza a la mentira y te mereces un premio.
(Selecciona la respuesta correcta; pero, antes, debes poner el cronómetro en marcha)


1. ¿De qué era el hacha que sacó la segunda ninfa del agua?.
 De plata.
 De bronce.
 De hierro.
2. ¿A quién se le cayó el hacha al agua?
 A la ninfa.
 Al leñador.
 Al duende.
3. ¿Quién le recuperó el hacha al leñador?
 El hombre-rana.
 La rana.
 La ninfa.
4. ¿De qué material estaba construida la primera hacha que sacó la ninfa del agua?
 De plata.
 De cobre.
 De oro.
5. ¿Qué lugar estaba cruzando el leñador cuando se le cayó el hacha al agua?
 Un tunel.
 Un viaducto.
 Un puentecillo.
6. ¿De qué material estaba construida la tercera hacha que sacó la ninfa del agua?
 De madera.
 De acero.
 De hierro.
7. El leñador prefirió la pobreza a la ...
 Recompensa.
 A la mentira.
 A la verdad.
8. ¿Cuántas hachas le regaló la ninfa al leñador?
 Dos.
 Una.
 Tres.
9. ¿De dónde regresaba el leñador cuando perdió el hacha?
 De una jornada de duro trabajo.
 De unas vacaciones.
 De una excursión.
10. ¿Quién dijo :"Cómo me ganaré el sustento ahora que no tengo hacha"?
 El leñador.
 La ninfa.
 El guarda.